Me aterrorizan las palabras despedida, final y olvido aunque, paradójicamente, me calman cuando llegan (“hay tanta paz en la derrota”). A veces escribo porque tengo la sensación de ser sólo memoria, una memoria inmensa y desbordada desde la que sueño, cuento y comparto; una memoria que sólo sé describir poniendo como ejemplo esta película que me fascina y me desasosiega: The Eternal Sunset of the Spotless Mind.

Joel: Tu nombre me parece mágico.

Clementine: Se acaba, pronto desaparecerá.

Joel: Lo sé.

Clementine: ¿Qué hacemos?

Joel: Disfrutarlo.

The Eternal Sunset of the Spotless Mind

Hace poco, mientras paseábamos por una lengua de tierra que se adentra en el mar en la Illa de Arousa, mi amigo Victor señaló una roca con forma de cabeza y recordó que aquella era la cueva de la bruja Amaranta, la que se comía a las niñas y niños que se acercaban demasiado.

Cuando yo era niña y “me portaba mal” me amenazaban con el hombre del saco. En mi imaginación era un ser gigante, barbudo y contrahecho, que caminaba siempre en la oscuridad de la noche cargando un saco gigante a la espalda; en él llevaba a las niñas y niños desobedientes que recogía por las casas mientras dormían. Supongo que todos los padres y madres del planeta necesitan una figura que marque los límites del mundo conocido, que mantenga a sus criaturas a raya cuando no estén cerca para velar con ellos. Me gusta más la figura de la bruja porque delimita una frontera en el exterior de las casas, donde termina el pueblo, fomentando una base sólida desde la que explorar y a la vez tener un lugar seguro al que regresar: el hogar, allí donde la bruja no puede entrar.

Aquel recuerdo le llevó a otros, y así Victor fue contándome otras historias de su infancia que había olvidado y guardaba en lo que él llamó la memoria “no práctica” porque no tiene ninguna utilidad, aunque es imprescindible para dar sentido a nuestra existencia. Después de una situación traumática que provoca una ruptura en la continuidad de nuestra narrativa, traer al presente vivencias significativas puede ayudarnos a ver de nuevo nuestra historia de vida como un continuo en el que hay momentos difíciles pero hubo, y por tanto habrá, momentos mejores; nada dura para siempre. No todo es dolor. Nuestra identidad, nuestro ser-hoy, no se reduce a este instante.

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El hombre del saco (Editorial Bromera), ilustración de Miguel Ángel Díez

La imaginación y la memoria, que se alimentan una a otra, son la base de la creatividad. La memoria autobiográfica remite al imaginario colectivo, los arquetipos, los cuentos de nuestra niñez y las leyendas de los antepasados; historias imprescindibles para encontrar el sentido (o sinsentido) de la existencia, así como el fundamento de una ética que podamos sentir nuestra: la base para que cada persona desarrolle un por qué y un para qué. Mirar al cielo formulando deseos que nos dan esperanza o llenándonos de preguntas que, mostrándonos lo pequeñas que somos, nos hacen más grandes.

Las vivencias compartidas y los recuerdos que otras personas nos cuentan son los hilos invisibles que van tejiendo los vínculos, la intimidad. Nos conectan de forma empática y compasiva a otras personas y nos demuestran que ellas también sienten, sufren, se alegran, son vulnerables; dejan un rescoldo de luz cuando muere un ser querido, son lo único que nos queda para que no se marche del todo. En el lugar donde se cruzan la memoria personal, emocional, autobiográfica y el imaginario colectivo habitan los poemas, los cuentos, las obras de arte y nuestra capacidad para vernos reflejadas en ellas. Conectar con nuestras emociones hace que nuestras historias sean genuinas y despierten interés; otros nos leerán porque ponemos palabras a algo que sienten pero hasta ese momento no sabían cómo expresar. En algún lugar de nuestro imaginario todas las mujeres nos sabemos árbol:

Los pájaros anidan en mis brazos,
en mis hombros, detrás de mis rodillas,
entre los senos tengo codornices,
los pájaros se creen que soy un árbol.
Una fuente se creen que soy los cisnes,
bajan y beben todos cuando hablo,
las ovejas me pisan cuando pasan,
y comen en mis dedos los gorriones;
se creen que soy tierra las hormigas
y los hombres se creen que no soy nada.

Gloria Fuertes

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Recordar es un proceso tan importante que todos los regímenes totalitarios intentan reducir y manipular la memoria de los pueblos, empezando por el control de la educación y las tradiciones; si, como en Matrix, olvidamos quiénes somos, perdemos la capacidad de proyectar en el futuro quienes podemos o queremos ser. Después de un conflicto armado la memoria histórica abre un proceso de reparación y resistencia imprescindible para fortalecer el tejido social y reconstruir una sociedad justa, equitativa, con sitio para los vivos y tumbas para los muertos. Nos recuerda que en la historia lejana y reciente han sido y serán muchos los pueblos obligados a huir de las guerras; nos ayudará a entender el proceso por el que están pasando las personas que solicitan asilo y nos transformará en ciudadanía activa defendiendo los derechos humanos básicos. Por eso quienes nos quieren dóciles y silentes ponen tanto empeño en hacer que sirias y sirios, afganos, iraquíes… sean diferentes, ajenos, otros. La memoria colectiva nos une y nos hace resistentes, el olvido nos separa. Imprescindible este artículo de Esma Kucukalik:

Hasta que no pierdes tu casa no entiendes que el hogar lo es todo. Es tu familia, tus recuerdos, tu presente, tu referente, y en definitiva, tu realidad. Cuando eso se desvanece, y de una manera tan repentina y brutal como ocurre en las guerras, a uno no le queda más que su alma, y en el mejor de los casos, los que le acompañan en la huida, que de alguna manera son el motor para intentar recomponer los pedazos que han quedado.

Esma Kucukalik

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