Tendría 23 años cuando me atreví a participar por primera vez en un taller de escritura creativa, ya lo he contado alguna vez; aunque llevaba toda la vida transformando la realidad en cuentos en el papel y en mi cabeza, hasta ese momento no me había planteado que pudiera hacerlo en serio, convertirlo en oficio.

En los talleres conocí a gente maravillosa, aprendí a leer con la mirada puesta en las bambalinas y recogí mi primer nombre de guerra; la profesora me dijo que llamándome Lidia Luna podría ser cualquier cosa que quisiera, incluso cabaretera. Tardé bastante más en poner los dos pies sobre un escenario para contar un cuento, un lugar en el que el tiempo se detiene y sucede la magia. Pero esa es otra historia y, como tal, deberá ser contada en otro lugar.

Aquellos años descubrí que la mayor parte de quienes que nos anotábamos a los talleres de escritura creativa queríamos encontrar las palabras para dar forma a las historias que nos habitan. A veces esas historias se entrelazaban con la ficción, la pedían y la necesitaban; pero muchas otras lo que buscaban las personas que estaban allí era contar sus propias historias: las de las personas queridas que ya no estaban, las que habían escuchado durante su infancia. Las anécdotas de lo cotidiano.

Creo que la escritura creativa y la escritura personal son muy distintas; que cada una tiene sus normas y sus caminos. Pero la experiencia me dice que, para quienes empiezan, es mucho más sencillo partir de la escritura personal; conectar con las historias que nos habitan, con nuestra imaginación y nuestra memoria. Escribir con total libertad, priorizando la expresión a la técnica. Después habrá tiempo para revisar, pulir, editar.

Hace unos días, cuando compartí el artículo sobre escritura autobiográfica, alguien comentó que no se puede aprender a escribir; es un viejo debate. Yo creo que quien quiera, quien lleve dentro un deseo inmenso de contar o contarse, puede aprender a manejar la técnica para conseguir expresarse con naturalidad y eficacia. Otra cosa distinta es, en todas las disciplinas, el arte y el duende; el don que consigue tocar el corazón de otras personas.

Además de asistir durante muchos años a talleres de escritura creativa e impartir algunos, sigo devorando libros y experimentando con las historias. Cuento cuentos de viva voz; conozco los lugares en los que la narración y la comunicación se encuentran para compartir herramientas con las que contar historias desde el corazón. Es un territorio en el que me siento cada vez más cómoda, que disfruto y desde el que acompaño a quienes ya tienen una relación con la escritura, con los relatos.

Para quienes empiezan de cero o se plantean por primera vez convertir la escritura en una práctica y una ocupación -no necesariamente remunerada- creo que el mejor camino es empezar por la escritura personal; conectar con los recursos que cada persona tiene para contar historias y con el deseo de hacerlo. Avivarlo, alimentarlo, prender y mantener la hoguera. Llamar al miedo para escuchar lo que quiera decirnos; conocerlo, darle su espacio. Y solo después, cuando la escritura nos acompañe en lo cotidiano, estudiar la técnica literaria si queremos compartir nuestros textos con otras personas. Leer mucho, dejar reposar, editar. Escribir es oficio; la enseñanza más valiosa que me llevé de los talleres de escritura creativa es que para hacerlo bien hay que saber revisar, recortar mucho, renunciar a lo que en un primer borrador nos parece maravilloso y extraordinario. Salir de nuestra mirada y ponernos en la piel de quien lee, de quien lo haría desde cualquier lugar del mundo.

Me resulta muy difícil utilizar la palabra terapéutica asociada a cualquier actividad pero, sobre todo, a la escritura. Estoy convencida de que puede ayudarnos a conocernos, cuidarnos, estar mejor; para eso me sirve cada vez que acudo a mi diario o cuaderno de todo, y de eso tratan muchas de las propuestas que ofrezco en Narrativas y otras lunas. Pero, aunque nos ayude y nos acompañe, creo que la escritura pertenece, sobre todo, del territorio del arte; que no tiene por qué tener siempre una finalidad.

Esta es mi experiencia, mi mirada, y estos son mis mapas; los que a mí me han servido para llegar hasta aquí y me ayudan a orientarme en lo cotidiano. Espero que te sirvan para construir y transitar los tuyos.


En Narrativas y otras lunas te acompaño para que puedas contar tu propia historia uniendo los saberes de la psicología, la escritura y la narración. Si quieres conocerme un poco mejor y empezar a escribir, echa un vistazo a los recursos gratuitos que ofrezco:

Gracias por tu visita, y ¡hasta pronto!

1 comentario

  1. Hace poco más de un año, se me ocurrió escribir sobre el por qué escribo.
    Un año después, siento que podría volver a contar esta misma historia, con los mismos pelos y señales. Y se me eriza el vello exactamente igual que cuando lo leí por primera vez después de escribirlo…

    Gracias, Lidia Luna por seguir regalándonos la posibilidad de resonar 🙂

    _____

    ¿Por qué escribo?

    Escribo porque siento que puedo llamar a las cosas por su nombre con total libertad.
    Porque logro parar el pensamiento y sencillamente fluir con la tinta sobre el papel.
    Porque cuando aprendo algo o descubro algo a raíz de lo que vivo, me siento en deuda con la vida por habérmelo permitido. Y compartir con los demás lo que descubro en mí misma es mi forma de agradecer.

    Escribo porque logro despegarme de todo y simplemente ser.
    Porque escribiendo es como verdaderamente logro dar rienda suelta a lo que siento. Sin censuras. Sin juicios. Sin constricciones.

    Porque escribir implica no tener cuidado y me permito ser auténtica.
    Porque escribir me proporciona el placer de desplegarme cuanto y como quiero.

    Porque sólo necesito un bolígrafo y un papel, y éstas son dos cosas que siempre llevo conmigo.
    Porque es una tarea silenciosa que no molesta a nadie.
    Porque me da la sensación de libertad.
    Porque escribir me es tan propio como respirar o sonreír.

    Escribo porque es algo que me permite ser yo misma. Sin tapujos. Sin miramientos y sin “y sis…”

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