En momentos de confusión, cuando sentimos que todo va demasiado rápido y la cabeza se nos llena de ruido que enturbia pero no termina de concretarse en algo que podamos nombrar o manejar, formular las preguntas adecuadas puede ayudarnos a:

  • Poner un poco de claridad en nuestros pensamientos
  • Aligerar la carga y darnos un hilo del que volver a tirar para deshacer los nudos
  • Transformarlos en madejas de las que podremos hacernos cargo poco a poco.

Propuesta de escritura

¿Cuáles son las pregumtas que te gustaría responder en este momento? Si fueran abejas zumbando a tu alrededor, ¿cuáles serían las más grandes, las que hacen más ruido?  Escríbelas en un papel o donde te resulte más cómodo.


¿Cómo te sientes después de escribirlas? ¿Hay alguna pregunta que no estés viendo, escondida detrás de algún sitio? Vuleve a escribir lo que llegue. Mira debajo de tu cuaderno; abre la ventana y, si alguna pregunta intenta huir en forma de partícula de polvo, captúrala. Dibújala en tu cuaderno con palabras, con líneas o con cualquier garabato. Y cuando sientas que ya está todo, respira.


Deja tus preguntas a la vista, en un lugar donde te recuerden que están ahí (si compartes espacio y quieres mantener la intimidad, protégelas). Elige una de ellas, la más grande; sí, esa que agita las manos llamando tu atención. Llévala contigo durante, al menos, un día. Pero no apretada sobre la palma de tu mano, con los nudillos cerrados; deja que se abra sobre tu pecho, hasta el ombligo y más allá. Escúchala y, cuando sientas que ocupa todo tu cuerpo, que puede expandirse en su totalidad, escribe sobre ella sin parar y sin pensar demasiado, durante al menos cinco minutos seguidos.

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