Por Leyre Gil

Desde muy pequeña me imaginé que llegaría a ser una suerte de Indiana Jones mezclada con Livingston, Gerald Durrell  y otros aventureros-escritores que poblaban mi romántico imaginario.

Hija de viajeros empedernidos, pronto pude conocer otras culturas y gentes. La elección de estudiar filología árabe fue consecuencia de este romance infinito que me traigo con las letras y lo desconocido desde que tengo uso de razón.

He vivido en cuatro continentes, aprendido cinco lenguas, leído y escuchado a gentes de todos los rincones del mundo. He trabajado como profesora, cooperante, traductora, redactora.

Mi sueño de mochilera incansable parecía no tener fin.

Por el camino encontré a mi compañero, y juntos seguimos con nuestras andanzas por el planeta. Tralaralara.

Pero un buen día me convertí en mamá (mi hija mayor dio sus primeros pasos en la sabana angoleña, mi segunda entre las callejuelas de Jerusalén) y  la maternidad desbarató mi universo en todos los sentidos.

Descubrí que el mundo no era en absoluto lo que yo había visto hasta entonces, ya que a mi historia le faltaba algo esencial: La voz de las mujeres.

Mujeres que cuentan, que crían, que luchan, que cooperan, que educan, que resisten. Y cuyo relato no aparece en ningún libro de historia, en ninguna novela de aventuras, ni en los informativos, ni en los discursos de reyes y políticos.

De repente me di cuenta de que el mundo que me habían enseñado, y en el que yo había vivido, había sido el mundo de los hombres. Y que mis sueños de Indiana Jones eran prácticamente incompatibles con lo que la sociedad esperaba de mí como mujer y madre. ¿Quién se imagina a Indi terminando su aventura a las 4 porque le cierran la guarde?

El proceso de reestructuración vital sigue en curso.

Desde entonces vivo con el deseo de caminar junto a las mujeres para que recuperen, o simplemente “cuperen” (ya que nunca fue suyo) el espacio urbano, social, político, pero sobre todo, el espacio de la palabra.

Escuchar las historias de malabarismos vitales que la gran mayoría de mujeres deben hacer en su día a día, ya sea en la selva amazónica, una aldea bereber o en las calles de una gran ciudad europea se ha convertido en mi obsesión. Esos relatos de lo cotidiano, de las renuncias, de las elecciones impuestas o deseadas se merecen un espacio.

Merecen ser escritas.

Texto escrito por Leyre Gil para presentar el taller Disponer de la palabra. ¿Te animas a escribir con nosotras?

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