No recuerdo si fue en marzo o abril; pero sí que el año pasado, durante el confinamiento, llegó un gorrión a mi terraza. Aterrizaba allí cada mañana; me daba los buenos días con su canto, lo veía mientras trabajaba.  Aquel pájaro podía elegir estar en cualquier sitio, volar con libertad; y aun así, se quedaba conmigo casi una hora cada día.

Esa repetición en medio de la incertidumbre, esa muestra de vida al alcance de la vista y el oído, se convirtió en consuelo y calma; escuchándole aprendí, también, a escuchar la vida que me latía por dentro. La memoria de mis ancestras y ancestros, que resistieron antes; y con ella, la certeza de que antes o después el temporal amainaría.

Pienso en ese pájaro cuando me fallan las fuerzas, cuando pegan fuerte la tristeza y la desesperanza; cuando me enfado conmigo por poner el foco “en lo que no” y no “en lo que sí”. Cuando me enfado por enfadarme, por estar triste, y entro en una maraña de pensamientos que me aturden. Cierro los ojos, escucho su canto; recuerdo todo lo que ha pasado desde entonces: tanta vida, tantos instantes compartidos. Empieza a dibujarse una ventana desde la que intuyo otros horizontes de los que aún no puedo saber nada.

Miglė Vasiliauskaitė on Unsplash

El otro día, durante una meditación guiada por una mujer sabia, vi un pájaro; alguien abría la mano para entregármelo y yo para recibirlo. Justo antes de llegar a mi mano alzó el vuelo; se quedó revoloteando cerca de mí, pero fuera de mi alcance. Y entonces supe que la confianza es un pájaro que, por más que lo intente, no puedo atrapar. Confiar no significa que el resultado será el que yo quiero; sino que, simplemente, será. Para lo que esté en mi mano, si he sembrado con amor recogeré; quizá no ahora, sino más adelante. Incluso si no recojo, aunque no me guste estará bien; porque habrá sido así y no podré cambiarlo.

El domingo de la semana pasada, dos días antes de la Candelaria, dejó de llover unos instantes; estaba leyendo al atardecer, cuando escuché un pájaro cantar; me asomé para ver de dónde venía: lo sentí en los árboles de enfrente. Volverá la primavera: aflojará la lluvia, cantarán los pájaros, florecerán los campos.

9 comentarios

  1. Que bonito, Lidia!!!
    Yo tuve la suerte de “fantasear/ inventar” también con otro pajarito; en aquellos días.
    Lo pensé, ideé y lo escribi.
    Puedo rememorarlo siempre que quiero. Y me gusta.

  2. Es precioso Lidia !!! Gracias por el compartir, adoro el
    canto de los pájaros al
    amanecer sus diálogos me encanta. Mi mamá adoraba los pájaros y ella decía que el alma suya era una ave. Nos enseñó a cuidar pichones abandonados y confiar en nuestra conexión con la naturaleza. La confianza sin duda es alma
    de una pajaro.

  3. Hola Lidia! Me encanta tu texto, creo que siempre revolotea algo muy cerca de cada una de nosotras, no importa la forma (música, un párrafo, un amanecer, el canto de un pájaro, …) lo importante es que despierta en nuestro interior fuerza, confianza y deseo de vivir intensamente.

    Un abrazo,

    Maruja

  4. Me encanta tu escrito, sé que es mucho más que un texto sobre un gorrión, aún así yo te cuento mi experiencia con los gorriones:
    En casa tenemos unos cuantos gorriones fijos, les echamos de comer por la mañana un poco de alpiste y vienen todos los días, sobre todo en los días más fríos del invierno. Mi hermana les echa el grano a lo largo de la barandilla de ladrillos de la terraza. Wendy le sigue muy excitada y también le tiene que dar a ella. Los pesticidas están acabando con los gorriones poco a poco y esta terraza de dos metros cuadrados es un pequeño oasis para ellos.
    Pocas son la mañanas en que no nos alegran con su canto, tengamos alpiste o no, su sonido me relaja y es el que me hace confiar en la naturaleza y en la vida, en realidad son ellos el verdadero oasis.

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