Hasta hace poco, siempre que llegaba noviembre sentía una punzada por la velocidad con la que se acerca el final de año; como si, después del verano, el tiempo se acelerara. Desde que sigo la sabiduría del tiempo cíclico y me sincronizo con los ritmos de la naturaleza, con los míos propios a través de ellos, esa sensación se suaviza y puedo habitar los días con más calma y presencia. Anticipo lo que viene: la lentitud del otoño, la posibilidad y el deseo de mirar dentro. La melancolía y la nostalgia que prenden luces en recovecos perdidos de la memoria, para traerlos de nuevo al presente y honrar a quienes se fueron; la belleza de volver a recorrer el camino andado para empezar a cuidar los sueños nuevos que irán desplegándose de nuevo con la llegada de la primavera.

Hace tiempo que escribo, sobre todo, para mí. A veces las palabras que se abren paso desde la entraña quieren ser nombradas fuera; entonces las comparto en espacios pequeños, seguros. Como si colocara flores frescas en el salón de casa e invitara a conversar solo a personas queridas. Aquellas con las que puedo abrir el corazón y las manos; ser yo misma.

Otras veces se deslizan en el cuaderno mientras escucho un taller; las narrativas de otras mujeres que también honran y habitan la sabiduría balsámica del tiempo cíclico. Entonces la escritura se transforma en magia; pura alquimia que me muestra los senderos, que me ayuda a nombrar aquello que antes no sabía.

Escribo para nombrar la sombra, lo que no se ve; para llevar un farol hasta el último de los rincones y rescatar de él los cuentos olvidados. La escritura es la semilla de los relatos que llevo entre las manos; es una tea que alumbra el bosque mientras regresamos a él y recordamos los nombres de todo aquello que nos cuida y debemos seguir cuidando: el sol de invierno, la piedra, el musgo; la vida que seguirá latiendo bajo la tierra hasta romperla de nuevo.

Escribo para trenzar los hilos del deseo; para asegurarme de que estoy siguiendo el mío, no el de otros. Las palabras dibujan mis mapas cada día, cada mes, cada semana; si me pierdo, vuelvo a ellas. La escritura es el puente entre la mente y el cuerpo; las emociones y la memoria. La escritura hila, teje; yo solo escucho, hilvano, sigo el trazo.

Si quieres alumbrar palabras nuevas, dibujar tus mapas, seguir senderos nuevos, aquí encontrarás todas las opciones disponibles para explorarlos conmigo. También puedes consultar convocatorias puntuales en la agenda.

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