El otro día utilicé esta expresión, ir a contracuerpo, en una conversación virtual con una alumna; a ella le llamó la atención, a las dos nos servía para representar los procesos de cambio que hemos tenido que pasar por el cuerpo en todos estos años. Me quedé con muchas ganas de escribir sobre ella, y aquí estoy.

Creo que la usé por primera vez hace un año y pico, tratando de describir cómo son para mí las fiestas navideñas. Desde que trabajo por mi cuenta en Narrativas y otras lunas el último trimestre es una maratón: volver a poner todo en marcha después del verano, acompañar los talleres, preparar la campaña de navidad, cerrar el año y el trimestre. Con el paso del tiempos voy aprendiendo cómo funciona, cuáles son los ritmos del proyecto; entendiendo y aceptando. Pero hasta ahora, desde que empecé con esto, he llegado a finales de diciembre exhausta.

Así que justo antes de nochebuena, esos días en los que parece que el mundo se ralentiza y está a punto de pararse durante un par de semanas, que hay una pequeña tregua en la actividad, lo que mi cuerpo quiere es enroscarse, quedarse quieto, apagar todas las señales del exterior; dormir, no hacer nada; no hablar, no escuchar, no sentir nada nuevo; recuperarse y, poco a poco, desperezarse. Solo entonces salir a caminar, recoger el sol de invierno con los ojos cerrados, acariciarlo entre las manos. Dejar que el cuerpo afloje; escucharlo crujir, descontracturarse; abrirse, poco a poco, al mundo. Compartir paseos, lecturas, charlas tranquilas, comida sencilla y caliente; habitar la calma.

Hace unos días Paula González abrió un debate muy interesante en sus redes sociales; cómo hacer que los proyectos de trabajo por cuenta propia, aquellos en los que inevitablemente ponemos el cuerpo en primera línea de batalla, sean sostenibles no sólo en términos económicos, sino en lo relativo a la salud mental. Hablamos de algo que salió también en la conversación con María; voy, vamos aprendiendo que las respuestas están en el cuerpo. Él sabe lo que necesita, lo que necesitamos, y lo expresa de forma directa si nos pararmos a preguntarle y escuchar; también a través de las emociones.

¿Qué hacemos entonces, decía Paula, cuando sabemos lo que el cuerpo necesita pero no podemos dárselo? Es una pregunta maravillosa en estos tiempos que corren; en los de la prisa, la autoexigencia, la precariedad cada vez más extendida en los trabajos de cualquier tipo. A veces el exterior trae demandas que no podemos evitar; no queda otro remedio que ir a contracuerpo.

La osa que llevo dentro y despierta a comienzos del invierno sólo para recordarme que está ahí; la que me tareas tranquilas, poco exigentes e improductivas, desplaza su cuerpo lento y pesado hacia las celebraciones navideñas tratando de disfrutarlas tanto como pueda; a pesar de que ella solo quiere manta, gruñidos, tiempo y caminos. Cuando comienza a despuntar la primavera, esa misma osa se despereza antes que yo por las mañanas, contiene las ganas de tirarse de cabeza al agua, suspira a su manera y se apacigua. Se sienta delante del ordenador y acepta las contracturas, las dobleces del cuerpo, la irritación en los ojos cuando las jornadas son demasiado largas.

Hace unos años peleábamos mucho; ahora hemos aprendido a negociar. Yo estoy aquí porque es mi medio de vida, lo estoy construyendo y siento que tiene sentido; la osa se queda conmigo porque sabe que más adelante, cuando afloje la tarea, podrá disfrutar su trocito de río, de barro, de vida salvaje. Si no le diera esto, si ella no aplazara, ninguna de las dos podríamos sostener la tarea.

¿Y entonces, qué hacemos cuando tenemos que ir a contracuerpo? Alinear el cuerpo con la cabeza y las emociones, aceptando que no podemos hacer nada por cambiar esa situación en este momento, llevarla de la mejor manera posible; no pelear contra nosotras (contra nosotros) pero tampoco normalizar nunca la explotación, venga de fuera o de dentro. Buscar espacios de autocuidado; expresar lo que nos pasa y lo que necesitamos. Tejer redes, organizarnos.

Hace unos años leí esta pregunta; no recuerdo dónde, pero me acompaña desde entonces: ¿esto que estás haciendo, que tanto te está costando, es tan importante como para dejarse la vida en ella? En este lado del mundo, la mayor parte de las veces la respuesta es no. La alternativa no es fácil; pero hay pocas cosas que merezcan costarnos la vida.

Así que cuando sientas que estás al límite, aunque la teoría siempre la conocemos bien, busca la forma de parar y cuidarte; aunque sea de a poco, unos minutos cada día. Aunque lo único que puedas hacer en este momento sea aceptar que no estás bien, pero no puedes cambiar todo en este momento. Si no puedes sola, solo, busca apoyos. Recuerda que sin ti no hay empleo, ni autoempleo, ni bosques, ni celebraciones. Que casi todo puede esperar, menos la vida.

“Tiempo, pasión, soberanía, sentido de pertenencia; haz acopio de ellos, son los que mantienen limpio el río”

Clarissa Pinkola Estés

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Gracias por tu visita, y ¡hasta pronto!

2 comentarios

  1. Qué maravilla de texto, Lidia. Y qué maravillosa expresión: “a contracuerpo”, un concepto contundente y hermoso a la vez.
    Gracias por tu acompañamiento tan cuidado y amoroso. Caminar a tu lado, aún invitándonos a entrar en profundos desafíos, gana en ligereza por tu buen hacer y sensibilidad 🙂
    Un abrazo grandote.

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